Al sexto día de la Creación, el Señor reunió a los ángeles en consejo y les expuso su propósito de hacer al hombre a su imagen y semejanza, un ser que reinaría sobre los animales de la tierra y los pájaros del cielo.
No crees al hombre -dijo el ángel de la Verdad- pues sus mentiras empañarán tu santidad.
No lo crees -expresó el ángel de la Paz-, pues peleará con sus hermanos y ensangrentará la tierra.
No lo crees -opinó el ángel de la Justicia-, pues será duro y cruel con los débiles.
Pero el ángel del Amor y de la Misericordia se postró ante el Eterno, rogando:
Crea al hombre a tu imagen, Padre Divino; yo lo ayudaré cada vez que sea parte del camino recto; abriré su corazón cuando se endurezca en la lucha por la existencia. Probablemente no buscará la paz y dañará la verdad y la justicia, pero yo lo haré volver a ti, oh Señor.
Me comprometo a acompañar y proteger al hijo de tu bondad y de tu inmenso amor.
Y Dios, atendiendo la súplica del ángel del Amor y de la Misericordia, creó al hombre, un ser débil, inclinado a pecar, pero a quien, desde el nacimiento hasta su último suspiro, protege y acompaña el ángel del Amor.